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El 11 de diciembre de 2025, la comparecencia infinita terminó su fase de actualizaciones diarias. Agradecemos a todxs lxs lectorxs e colaboradorxs. Sin su apoyo no habría seguido adelante este proyecto que nació en abril de 2017 y que vivió un período de inactividad desde el 12 de diciembre de 2018 hasta el 10 de febrero de 2020. Este año homenajeamos también a Jorge Aulicino, escritor y poeta argentino que nos ha dejado el pasado julio, sin el cual no habríamos llegado al formato de actualizaciones diarias. La siguiente fase de la comparecencia infinita será de actualizaciones inusitadas, destellos e intermitencias en la bandeja de correo de cientos de suscriptorxs y de miles de lectorxs. A lxs colaboradorxs pedimos que sigan enviando material, será, como siempre, bien recibido. Volveremos, pero a pequeñas dosis esporádicas. Hasta cuando sea, gracias totales.

miércoles, 21 de febrero de 2018

gustavo ossorio / ¿qué es lo cierto?













¿Qué es lo cierto?
La voz es un temor que devora.
La voz existe sin signos, sin fuego, como un desfiladero
natural en el seno del abismo.
En los días y en las noches, las horas nos engranan
como un mecanismo enigmático, como si lo inefable
resplandeciese y un escudo cubriera de estupor nuestro viaje.

Descubro que hay un mundo lleno de aguas aparentes
Que yo miro desde lejos, porque no sé romper el hilo
confuso.
Miro desde lejos porque hay mucha vida reposada, muchas
caras que denuncian las sordas campanas
Y ya no puedo soñar, porque creo:
Ni puedo esperar, porque levanto un sello, sólo uno
y cuento mis días ordenados en el arca.
Mis ojos son una marea animada por la turbación;
Mis ojos asidos a un calor que va quemando sus memorias
Desandando todos los duelos para quedar en extraña permanencia.

Pero grito, ardo, cubro de lágrimas mi desnudez sombría;
Y no hay mano que toque mi cabello ni quién conozca el
país en que desbordo mis cantos,
Ni pie que tiemble al contacto de la tierra.

Era el tiempo en que todas las puertas permanecían
selladas
Y se podía ir y venir por el aire sin que un estertor
nos transfigurara en carne macerada:
Con una alegría rebosante y un sueño fijo o presentido,
yo huía sin saberlo;
Huía de un aceite que seguía mi rastro como diestro
perro nocturno, contaminando el vacío,
Y seguido a su vez por fieras avezadas en el mal.

Mi quimera entraba y salía del tiempo, estaba en su
lugar natural,
Se nutría de hechos comunes, de años prohibidos, de
sales duras, sordas.
Y mi alegría se consumía adentro del reloj detenido en
un breve espacio negro que enseña la perseverancia.
En adelante, me dije, yo mismo seré el círculo y el
árbol,
Yo mismo entraré en el silencioso nombre de las cosas.
¡Yo mismo! He aquí que hallo un cuerpo lacerado, que
sólo sabe temblar,
Un cuerpo polvoriento que cuelga de la sombra, fiel a
su unidad con la piedra de su origen.

¿Qué toca mi mano cuando tu mano toca el límite?
Ciego estoy, y nada me calma.
Oigo que un mar que me ama crece y crece, y será él
quien arrebate mi última tabla, sin saberlo.
Ciego estoy, y quiero ver la destrucción;
Quiero ver como se mezclan las semillas de estos hombres
que pasan sin rozarme.
Quiero ver la palidez de mis muertos, sus sienes sin
horas, sus caras fugitivas, permanentes, tristes,
Hacinadas en el corazón como una ruina que arde para siempre.

Vivo de un labrado antaño, de un detenido azar, de lo
que he dejado olvidado en los rincones.
Vivo debajo de las torres que mi memoria alza, conducido
por signos nefastos.
Gozo de un prefecto aire que hace castos mis dedos;
pero delante de mí se despeña la casa.
Hay una sima en que la resurrección debe tener su ventana,
la llama su prodigio y la muerte su manto perdido.

***
Gustavo Ossorio (Santiago de Chile, 1911-1949) Obra Completa. Santiago de Chile: Beuvedráis, 2009.

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