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El 11 de diciembre de 2025, la comparecencia infinita terminó su fase de actualizaciones diarias. Agradecemos a todxs lxs lectorxs e colaboradorxs. Sin su apoyo no habría seguido adelante este proyecto que nació en abril de 2017 y que vivió un período de inactividad desde el 12 de diciembre de 2018 hasta el 10 de febrero de 2020. Este año homenajeamos también a Jorge Aulicino, escritor y poeta argentino que nos ha dejado el pasado julio, sin el cual no habríamos llegado al formato de actualizaciones diarias. La siguiente fase de la comparecencia infinita será de actualizaciones inusitadas, destellos e intermitencias en la bandeja de correo de cientos de suscriptorxs y de miles de lectorxs. A lxs colaboradorxs pedimos que sigan enviando material, será, como siempre, bien recibido. Volveremos, pero a pequeñas dosis esporádicas. Hasta cuando sea, gracias totales.

jueves, 29 de agosto de 2024

juan l. ortiz / el jacarandá










Ah, él pregunta, me pregunta...
y quiere como adelantar tímidamente,
una suerte de manecillas
hacia un secreto mío, o nuestro, que él desearía, al parecer,
               poner en pie
             y unirlo al suyo...

Por qué si no ese misterio de "helechos"
abriendo siempre su brisa
  contra el cristal, ay,
o tendiéndola en el vacío, enseguida, ya más íntimamente,
            pero apenas, oh, muy apenas...
            en el vacío
de una melancolía sin visillos?

-Si -me objetaríais-
el jacarandá se fuese arriba, más arriba, es cierto, de los pisos,
en busca de su cielo entre los paraísos,
y éstos, naturalmente, le asignaran a su respiración,
el lado de tu ventana:
qué mucho que sus "plumas" den en los vidrios, así,
y ensayen aún tu aire?

-Eso es una "verdad" -os susurraría-,
mas me permitiríais insistir en lo que invita hacia mi sueño?:
                  el jacarandá, de ese modo,
al nivel de otra transparencia que aspiraría a tocar,
tiende hacia ella, tal un ciego, unos escalofríos de ramillas,
                  para despertarla, acaso en su raíz:
el mismo anhelo, pues, sobre los azares del espacio,
                  de respirar el azul y los rocíos de la "celistia",
                       desde la memoria de los grillos?

Y qué haría, entonces, -os pediría me lo dijeseis-
                            qué haría esa nada
                         o esa ausencia que no sabe de sí,
y para la cual, él, alista continuamente sus palpillos
                             y una como fe...
qué haría esa nada al lado de él,
                        que así, de hojas,
                       sube y sube curvándola,
la fuente de la identidad
         en el surtidor de la música...
y vuelve verde, para danzar, todo de alas en la luz,
               al "hijo de la noche"
que es nuestro hermano, igualmente, de sombra,
               entre las napas del ser,
con su mismo sentimiento hacia las flautas?

Y qué haría la tristeza, o qué? luego,
llevando en su olvido, hasta cuándo? unos dedillos de jacarandá
   que lo llamarían a la melodía
o a las perlas de ese silencio que baja, melodiosamente también,
de las pestañas sin tiempo...?

Qué haría, sobre todo, ella, aparte
   -habrá de mirar, ay, pronto, de otra palidez-
o qué haría en los hilos ya, de las hierbas y los hálitos?

    O es que lo imposible de las voces
  -oiríais, desde aquí, el crecimiento de las margaritas?-
  se buscarían sufriendo, sufriendo todavía,
 en fuga de la soledad,
hasta la chispa y la enajenación, allá, para unos pétalos,
           sobre las líneas de los abismos?

***
Juan L. Ortiz (Puerto Ruíz, 1896-Paraná, 1978)

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