Meditación sobre los poderes
*
Rubricaban los decretos, las hojas tristes
sobre la mesa de sus poderes efímeros.
Querían ser reyes, zares, tantas cosas,
Y se rodeaban de pequeños cuervos,
parladores y reverentes, de los que repiten:
eres grande, nadie te iguala, nadie.
Repartían entre ellos los tesoros y las dádivas,
murmurando forjadas confidencias,
no amando a nadie, nada respetando.
Se encantaban con el eco licuado
de sus voces comandando, decretando.
Se banqueteaban con la pequeñez
de todo cuanto juzgaban ser grande,
con los cuadros, con el fulgor nuevo-rico
de las venias y de los protocolos. Llegaba la muerte
y les mostraba lo fugaz que es todo
cuando, humanamente, se está de paso,
cuerpo en tránsito hacia ningún lado.
Acababan siempre llorando sobre la miseria
de sus títulos hundidos en la tierra cenagosa.
~
Oda al gato
*
Tú y yo tenemos en común
la rebeldía que desasosiega,
la materia compulsiva de los sentidos.
Que nadie nos dome,
que nadie intente
reducirnos al silencio blanco de la ceniza,
pues tenemos alientos amplios
de viento y de niebla
para erguirnos de nuevo
y, sobre el desconsuelo de los escombros,
formar el salto
que lleva a la gloria o a la muerte,
conforme la armonía de los astros
y la regla elemental del destino.
~
La avidez de un instante
*
Todo renegaré menos el afecto,
y llevo un cetro y una corona,
el primero de hierro, la segunda de brezo,
para ser el rey efímero
de ese amor único y breve
que se diluye en partidas
y se fragmenta en preguntas
iguales a la de los amantes
que la claridad aturde y convierte.
Déjame reinar en ti
el tiempo sólo de un relámpago
incendiando la hierba seca de los celos.
Y si tengo que montar guardia,
que sea alrededor de tu sueño,
en un éxtasis de labios sobre el césped,
en un delirio de besos sobre el vientre,
en un asombro de dedos bajo la ropa.
Yo estaba muerto y no sabía, sabes,
que hay un tiempo dentro de este tiempo
para que renazcamos con los corales
y que seamos eternos en la avidez de un instante.
José Jorge Letria (Cascais, 1951)
Versiones de Raquel Madrigal Martínez
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Meditação sobre os poderes
*
Rubricavam os decretos, as folhas tristes
sobre a mesa dos seus poderes efémeros.
Queriam ser reis, czares, tantas coisas,
e rodeavam-se de pequenos corvos,
palradores e reverentes, dos que repetem:
és grande, ninguém te iguala, ninguém.
Repartiam entre si os tesouros e as dádivas,
murmurando forjadas confidências,
não amando ninguém, nada respeitando.
Encantavam-se com o eco liquefeito
das suas vozes comandando, decretando.
Banqueteavam-se com a pequenez
de tudo quanto julgavam ser grande,
com os quadros, com o fulgor novo-rico
das vénias e dos protocolos. Vinha a morte
e mostrava-lhes como tudo é fugaz
quando, humanamente, se está de passagem,
corpo em trânsito para lado nenhum.
Acabaram sempre a chorar sobre a miséria
dos seus títulos afundados na terra lamacenta.
~
Ode ao gato
*
Tu e eu temos de permeio
a rebeldia que desassossega,
a matéria compulsiva dos sentidos.
Que ninguém nos dome,
que ninguém tente
reduzir-nos ao silêncio branco da cinza,
pois nós temos fôlegos largos
de vento e de névoa
para de novo nos erguermos
e, sobre o desconsolo dos escombros,
formarmos o salto
que leva à glória ou à morte,
conforme a harmonia dos astros
e a regra elementar do destino.
~
A Sofreguidão de um instante
*
Tudo renegarei menos o afecto,
e trago um ceptro e uma coroa,
o primeiro de ferro, a segunda de urze,
para ser o rei efémero
desse amor único e breve
que se dilui em partidas
e se fragmenta em perguntas
iguais às das amantes
que a claridade atordoa e converte.
Deixa-me reinar em ti
o tempo apenas de um relâmpago
a incendiar a erva seca dos cumes.
E se tiver que montar guarda,
que seja em redor do teu sono,
num êxtase de lábios sobre a relva,
num delírio de beijos sobre o ventre,
num assombro de dedos sob a roupa.
Eu estava morto e não sabia, sabes,
que há um tempo dentro deste tempo
para renascermos com os corais
e sermos eternos na sofreguidão de um instante.