miércoles, 16 de octubre de 2024

pedro prado / dos poemas













Los pájaros errantes

*

Era en las cenicientas postrimerías del otoño, en los solitarios archipiélagos del sur.

Yo estaba con los silenciosos pescadores que en el breve crepúsculo, elevan las velas remendadas y trasparentes.

Trabajábamos callados, porque la tarde entraba en nosotros y en el agua entumecida.

Nubes de púrpura pasaban, como grandes peces, bajo la quilla de nuestro barco.

Nubes de púrpura volaban por encima de nuestras cabezas.

Y las velas turgentes de la balandra eran como las alas de un ave grande y tranquila que cruzara, sin ruido, el rojo crepúsculo.

Yo estaba con los taciturnos pescadores que vagan en la noche y velan el sueño de los mares.

En el lejano horizonte del sur, lila y brumoso, alguien distinguió una banda de pájaros.

Nosotros íbamos hacia ellos y ellos venían hacia nosotros.

Cuando comenzaron a cruzar sobre nuestros mástiles, oímos sus voces y vimos sus ojos brillantes que de paso, nos echaban una breve mirada.

Rítmicamente volaban y volaban unos tras los otros, huyendo del invierno, hacia los mares y las tierras del norte.

La peregrinación interminable, lanzando sus breves y rudos cantos, cruzaba, en un arco sonoro, de uno a otro horizonte.

Insensiblemente, la noche que llegaba iba haciendo una sola cosa del mar y del cielo, de la balandra y de nosotros mismos.

Perdidos en la sombra, escuchábamos el canto de los invisibles pájaros errantes.

Ninguno de ellos veía ya a su compañero, ninguno de ellos distinguía cosa alguna en el aire negro y sin fondo.

Hojas a merced del viento, la noche los dispersaría.

Mas no; la noche, que hace de todas las cosas una informe oscuridad, nada podía sobre ellos.

Los pájaros incansables volaban cantando, y si el vuelo los llevaba lejos, el canto los mantenía unidos.

Durante toda la fría y larga noche del otoño pasó la banda inagotable de las aves del mar.

En tanto, en la balandra, como pájaros extraviados, los corazones de los pescadores aleteaban de inquietud y de deseo.

Inconsciente, tembloroso, llevado por la fiebre y seguro de mi deber para con mis taciturnos compañeros, de pie sobre la borda, uní mi voz al coro, de los pájaros errantes.

~

Poder del amor

*

No sé si pienso en algo o bien en nada.
En puntillas se van las horas calladas.

Duerme mi voluntad y duerme mi conciencia
Y libran mis manos de toda extraña influencia.

Y mis manos se mueven como seres vivos,
seres que parecen ajenos a mí mismo.

Yo las miro hacer y luego no las veo
que de nada me sirven los ojos que llevo.

                        * * *

Heme vuelto en mí. Ante la vista tengo
diseño de la amada por mis manos hecho.

¡Oh, poder del amor, aún cuando no pienso
vive entre mis manos su recuerdo!

***
Pedro Prado (Santiago de Chile, 1886-Viña del Mar, 1952)

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