Habitar la distancia
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Llegas a la casa, dejando afuera la distancia y navegas en el mar abierto entre el cuarto y la cocina. La costa entera en sus ventanas. Te conviertes en un turista vagando por la casa. Conversas con esas cosas pequeñas que habitan el tiempo del hogar; ese polvo testigo que hoy regresaste. Somos lugares para la distancia, el comienzo y el final de las horas que recorren nuestro cuerpo, esa “crudeza del año” que revelan las paredes. Mirarte un día en el espejo y reconocer que has envejecido y corres a escribir un inventario de las cosas que perdiste y una lista para que no se olviden las cosas que quedan.
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Fragmento: Papá no vuelve a casa
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Siete de la mañana. Otro día luego de la oscuridad. El sonido de los carros ahoga el canto de los pocos pájaros que quedan en el barrio; apenas es un alarido cansado, el eco de un grito que parece más lejos. La resolana invade el cuarto con un resplandor hostil y el calor de la noche pegó mi cuerpo a la sábana. Siento la gravedad de la noche aplastándome el pecho. El nudo en el estómago. Me pongo de pie con dificultad. Los huesos de mamá también crujían al levantarse. Escucho toda mi anatomía quebrarse al estirarme. Mi quejido apenas se escucha. El polvo estacionado en los rayos de luz. La ventana da al balcón. Desde aquí, la ciudad parece una foto vieja color sepia. El barrio se desvanece con cada amanecer; como si la foto fuera poniéndose vieja con el tiempo.
Francisco Félix (Río Piedras, 1990)
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