I
Todos bailaban esa noche
en la cubierta de la llanura,
los padres, los hijos, los nietos
y eran sus rasgos los que bailaban,
amados fragmentos familiares
reunidos en un patio de baile:
el color de los ojos de la abuela,
los mentones tan característicos,
la nariz heredada, el corte idéntico de cara,
la manera de sonreír del abuelo,
la risa igual a la del primo,
los mismos gestos del padre,
el carácter de la madre,
el parecido con el tío Luís,
los defectos que vienen de familia,
el mechón sobre la frente, el lunar, la ceja,
la cicatriz, los dos remolinos, el párpado
y la manera particular de todos ellos
de caminar hacia la muerte.
II
Todos bailaban por dentro en las afueras:
los pasos de la desdicha,
el ritmo monótono de los aniversarios,
las notas de la adversidad, la plata que no alcanza,
el compás de los alquileres impagos,
los chicos ya grandes, los años de casados.
Las generaciones bailaban en el espacio vacante
en un recinto de días que vencían con la hora,
que eran dejados atrás por su propia trama.
El presente se deslizaba acompañando el baile
para no tener que cambiar su tiempo de conjugación.
El talón extendido era el último fragmento
en salir del instante anterior para salvar la vida
y no quedar rezagado del ahora y del resto del cuerpo
que ya habían dado un paso adelante.
El bandoneón exhalaba un tiempo de dos por cuatro
que se volvía pasado en el aire
mientras la barca de la música
los iba llevando hacia un costado de la fecha.
III
Todos bailaban esa noche en la llanura.
Los mayores miraban la escena en sus cabezas
y de a ratos eran vencidos por el sueño y los acordes;
Con el alma la quería y un negro día la abandoné.
A veces se animaban y salían de sus certezas
para bailar una pieza con la maestría de los años,
pero volvían rápidamente a sus asientos
para descansar de los tiempos difíciles que les tocó bailar.
Quizá recordaban a sus padres que bailaron el repetido tango
hasta quedar extenuados a un costado del recinto.
Habían venido bailando en el barco y siguieron en tierra firme
con ágiles pasos vivientes hasta muy entrada la hora.
Todos bailaban a su tiempo en lo habitable,
lo que nunca tuvieron, lo que les fue negado,
lo que dejaron atrás, los amores perdidos.
Todos bailaban de muerte esa noche en la llanura
Antonio Ramón Gutiérrez (Bell Ville, 1951)
Cuadernos del Hipogrifo. Revista de Literatura Hispanoamericana y Comparada.
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