martes, 29 de octubre de 2024

daniel rojas pachas / dos poemas










Eielson
 
*

Paso las mañanas
solo
en este lugar,
puedo escuchar a los vecinos salir de sus departamentos.
El agua que llena la cubeta del chico que limpia todos los días el estacionamiento
la música del pianista anónimo, dos pisos más arriba.
Solía molestarme la repetición de las tonadas, ahora extraño sus ensayos
tener esas canciones todo el día en mi cabeza.
El tiempo parece una broma que no entiendo.
 
El dolor mismo es un juego trágico.

Trato de terminar otra novela
no sé quién puede interesarse por mis textos.
Antes eso me robaba mucha cabeza, veía una película o video
y me sorprendía distraído
fuera de foco, perdido en la trama pensando en mis propias historias inconclusas.
Todas las mañanas despido a mi hija con un beso.
Ella corre hacia el patio donde están sus amigos.
Regreso por las mismas calles,
trato de recrear los pasos que di
creo que ya no tengo amigos a los cuales llamar.
Camino y busco completar mis historias, imagino a mi hija, ¿qué hace en el colegio?
la extraño
y veo esos gigantes árboles frente a la iglesia.
Me quedo un buen rato viendo esos árboles,
un hombre entrena a un pastor alemán en ese parque
me gusta verlos correr de un lado a otro.
Ancianos entran a la iglesia, se escuchan canciones de alabanza
el blanco edificio palidece frente a los árboles.
Paso las mañanas cocinando y escucho viejas canciones.
Reviso el correo, trato de responder a esos que se dicen mis amigos, ¿lo son?
Respondo a quienes buscan mi ayuda e incluso a quienes no conozco y quieren algo de mí.
Me aburro con facilidad
termino borrando muchos correos, respuestas inconclusas quedan sin enviar
y pierdo mi tiempo leyendo historias que no me interesan.
Personas que se quejan de su suerte, otras que quieren maravillarnos con su éxito.
Trato de acostumbrarme a esta soledad, tan distinta a la que solía disfrutar.
Ya no me importa qué piensen los demás respecto a lo que escribo, quizá nunca me importó.
Sólo trataba de convencerme.
Mientras miro el fuego cocer una carne
y espero mi esposa regrese a casa, darle un beso, sentir el olor del shampoo en su cabello,
debo ir a buscar a mi hija al colegio.
En casa, sirvo el almuerzo.
 
Mi hija me cuenta lo que pasó hoy en clases,
tiene una compañera que la ofusca
me hace reír
escuchamos alguien subir las escaleras, el ruido de llaves, trato de imaginar un final para la novela,
algo en mí no quiere que esto acabe
pasan los días y nada en verdad sucede
el tiempo comienza a borrarme y me siento feliz por eso.
 
 
César Moro
 
*

Ahora solo veo rostros
infinitos rostros y gestos en los buses
seguidos de largos túneles y calles repletas.
Turistas en mi mundo
como un camino que se pierde en otro continente
cuerpos que no me dicen nada.
Inevitable
nos vamos quedando solos.
Mis padres ya no están.
Mi madre murió hace mucho
y no he vuelto a la ciudad en que está enterrada.
Mi padre yace enfermo
en la cama de esa misma ciudad
y es un reflejo frágil y tenue de quien creí conocer.
Me cuentan en la lejanía
de mí así llamado hogar
de la muerte del padre
de un así llamado amigo
del cual con suerte
puedo recordar el sonido de su voz.
Pero tengo presente
ciertos momentos en que nos reímos
y pensamos
creo
quizá con ingenuidad
que la amistad
y esos momentos
tendrían alguna trascendencia
algo más que lo que otorga la nostalgia.
Ahora solo veo rostros.
Una niña
y esa triste sonrisa que dedica a su madre
otro cartel
escritura sobre las nubes
«Botellita de mezcal
todo lo que digas se me va a olvidar»

***
Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983)

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