Aquí no hay variaciones, solo velocidad. Si me preguntas
te diría que nadie te extraña ni te echa de menos, para la tristeza
del pensamiento existen los espejos. Aun así el sol cae
por las tardes y a lo lejos los prados arden. Yo me duermo solo
al lado de un cajero automático todas las noches. Hace años la ciudad
está en ruinas, el aire tibio de la primavera se ha perdido. Solo
quedan cajeros automáticos donde recostarse y leer la longitud
de la tiniebla, la quietud acogedora de la soledad. Algunos días
recuerdo cómo era el crepúsculo en la ciudad cuando estabas
vos y me pregunto: ¿por qué amo lo que desaparece?
¿qué tipo de oscuridad habita y abre las puertas y ventanas de mi mente?
Alguien se va, alguien llega. Aquí lo prometido es tan extraño
como infeliz. Los cajeros automáticos siguen ahí llenando
sus depósitos, donde antes había dinero ahora solo hay aire quemado.
*
Esta es la playa invisible donde la espuma se mezcla
con la sangre, los inmigrantes duermen con la puerta entreabierta
sin hacer ruido. El viento es fuerte y la luz se contrae
al ritmo de las noticias que aúllan entre las rocas. Cada persona es una maceta
donde las dudas se expanden y crecen. La muerte da vueltas,
los ojos se cierran, la sombra del zorzal detiene su vuelo.
Es temprano para sacar conclusiones, pero aún nos preguntamos
¿qué fue del brillo insistente de la hoz y el martillo que vimos
en nuestra infancia? El tiempo debía contrarrestar el reloj
al lado del frasco de las limosnas. Los muertos vuelven a sentarse
en el aula a memorizar las lecciones de historia. ¿En qué nos hemos convertido?
en personas alegres que escuchan
detrás de las paredes canciones sobre la angustia.
*
¿De dónde vino la tormenta en que nos separamos
de la narración de nuestros padres? Las imágenes que quisimos
tomar en nuestra mano para guardar ya no estaban, las esperamos meses
y años pero se fueron desvaneciendo en la carretera para siempre,
perdidas en la noche que había crecido en torno suyo. El relato
de un otro durmiendo al lado siempre reemplazó nuestras relaciones sexuales.
No se trata de que las historias no fueran ciertas a medianoche,
solo un puño fuertemente cerrado nos indicaba un camino
entre los pasillos del supermercado que, de a poco, fue suavizando
nuestros problemas. Este era el espacio perfecto para escribir una carta de amor,
en nuestra casa fuimos cerrando las grietas en la pared,
las fuimos tapando mientras pensábamos en la palabra
«amor» pero aún así el polvo se extendió haciéndonos respirar
e irnos a la cama en disenso. Los girasoles en el papel mural brillaban,
las cenizas nos hablan de un tiempo anterior al frío.
Víctor López Zumelzu (Curacaví, 1982)
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