domingo, 2 de junio de 2024

ángela figuera aymerich / dos poemas













Sobramos

*

Está tan lleno el mundo. Terriblemente lleno.
De montañas, de árboles, de cuarteles, de fábricas.
De casas con vecinos y blancos sanatorios.

(De vez en cuando hay flores. No las cortéis, amigos.
De vez en cuando hay ríos como venas sin brújula.)

Hay tantos trenes, cárceles, torpederos, aviones,
motores, cines, bancos, quirófanos, tabernas.

Tantas lindas estrellas y anuncios luminosos.
(Coñac Barbier, Calzados Eureka y así, muchos.)

(También hay automóviles más veloces y bellos
que arcángeles de acero con las alas plegadas.)

Hay mujeres que ríen. (Rouge aux lèvres. Pitillos.)
Hay niños que sollozan detrás de las paredes
junto a madres dormidas con una piedra al cuello.
Y bebés custodiados en cunitas cromadas
que engordan entre leche condensada y puntillas.
Hay dulces solteronas que cuidan un perrito.
Muchachas con los ojos divinamente tontos.
Y adolescentes rubios con el vello erizado
por extraños deseos.

El mundo, sobre todo, está lleno de hombres.
Cuántas manos inútiles, camisas remendadas,
zapatos descosidos lamiendo los asfaltos.
Cuántos ojos y bocas acechando voraces.
Cuántos cerebros blancos con pensamientos peces
girando entre benéficas pastillas de aspirina.
No olvidemos los sabios. Esos sabios atroces
que trasnochan jugando con palabras difíciles:
Ciclotrón, supersónico, cibernética y otras.

Está tan lleno el mundo, que yo, palabra, amigos,
no sé dónde ponerme.
No sé si tengo sitio.
Los poetas sobramos.

~

Poeta

*

Más de un día me duele ser poeta. Me duele
tener labios, garganta, que se ordenan al canto.

Es tan fácil vivir cuando sólo se vive
mudo y simple, esquivando la pesquisa y el vértigo.

Pero aquel que es poeta ni en mitad del tumulto
ni emboscado en la orilla logrará su descanso.

Porque el ojo sin párpado no consigue la noche
y en acecho infinito se le enciende y afila.
Porque todo el misterio, despeñada gaviota,
le golpea el cantil de las sienes desnudas
y, en la boca, transidas de belleza imposible,
las enormes palabras se le agolpan y enredan.

Porque vive y lo sabe. Porque muere y lo sabe.
Pero el grito convulso de su vida y su muerte
es halcón insumiso que las nubes devoran.

Océanos, ciclones, bosques, astros habitan
en el ámbito estrecho que su cráneo circunda.
Olas, aves, raíces, pulsaciones, acordes,
por la red de los nervios se le enroscan vibrando.

¡Qué avidez de contornos le agudiza los dedos!
¡Qué avidez de caminos le estremece las plantas!
En el pecho le crece su imperioso destino.

Y, ni dentro ni fuera, en la fina tangente
que tan sólo en un punto a lo cierto se ajusta,
solitario y alerta, desvelado o sonámbulo,
el poeta mantiene su equilibrio difícil.

***
Ángela Figuera Aymerich (Bilbao, 1902-Madrid, 1984)

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