cuando despertamos teníamos sombreros de chef
todos venían de países diferentes
no tuvimos tiempo de conocernos
correr sin pisar las líneas de las baldosas
resbalar en el hielo
caer al precipicio y esperar la cuenta regresiva
cambiar de trabajo de un momento a otro
sin posibilidad de elegir
sin sentarse a mirar el atardecer
sin descanso entre las paradas del camión
de un mapa borroso
no sabemos nada del otro
ni de los nuevos chefs que llegan
uno tiene problemas para caminar
pero sigue dando vueltas
en una cocina siempre en llamas
el Fuego Constante
no recordamos nada desde el acontecimiento
desde el día en el que hablamos con Kevin, el perro
estábamos todos juntos en un sueño
miramos dormir a Kevin
perseguir una pelota
rascar el sillón
estaba soñando como todos nosotros
despertó y nos dijo lo que ya sabíamos
que el universo dependía de cocinar mejores sopas
mejores pescados fritos
mejores papas fritas
que siempre eligiéramos el riesgo
que no teníamos que ser los mejores
que éramos parte de un mecanismo igual de grande que nosotros
a veces la cocina se llenaba de vegetales en el suelo
tomates del tamaño de nuestra cabeza
rodaban en el piso
apenas lográbamos levantarlos entre dos
pero seguían saliendo de una caja de madera
regados
como una cascada en una alberca de pelotas
de jitomates rojos
nadábamos entre ellos para alcanzar los platos
el agua que corría por el suelo
el jacuzzi que nunca tendríamos
una vez un chef cayó por el bote de basura
fue un accidente rápido
entre los empujones para terminar a tiempo
no pudo pedir ayuda
resbaló en el pozo
sólo alcanzamos a escuchar un grito
que se hacía más pequeño
que iba a terminar junto a las cenizas de la comida
que no podríamos volver a recuperar
viajábamos por ese universo en un bus de escuela
a veces sin gasolina
pero el motor seguía siempre encendido
nuestros bolsillos sin dinero
no había descanso
dormíamos en ese mismo bus
despertábamos y pensábamos en ir a la cocina
empezar a limpiar el suelo
abrir temprano para los pingüinos
que siempre querían comer pescado frito desde temprano
a 15 grados bajo cero
fue en noviembre el último gran incendio
habían caído hojas secas en toda la cocina
hojas muertas acumulándose en el piso
algunos estaban por rendirse
se quedaron quietos mirando el acontecimiento
sin creer que hubiera algo que hacer
las llamas crecieron poco a poco
un extintor había caído al basurero sin fin
no había nada que hacer
esperar a que el viento fuera favorable
cuidar las orillas del mapa
yo sólo podía recordar las palabras de Kevin
y el rey de galleta
su voz me llegaba desde ecos
repeticiones de un nivel no superado
decía que recordáramos que el fuego era nuestro aliado
que era parte de nosotros
parte de todas las sopas y los pescados fritos
una chispa provocada que podíamos controlar
que el fuego lo había devorado todo en el futuro
a los otros chefs
que nosotros éramos los últimos
que no temían al Fuego Constante
no podíamos perder sin intentar un salto
sin tomar una olla con las manos
para recordar algo de la vida antigua
nos habíamos convertido en prisioneros
atrapados en una cocina con cadenas colgantes
como Jesse Pinkman
cocineros de metanfetaminas
de sopa de cebollas
esperando a dominar la velocidad
el ritmo
cuatrocientos cocineros desconocidos
como uno
en la cocina más grande
que es el universo
con ingredientes desconocidos
recetas tan complicadas como algunas estrellas
recetas oscuras
listas de compras de súper
listas de órdenes por hacer
un día estaríamos listos
para componer algo gracias al fuego
atrevernos a incidir en la noche
correr el riesgo de cocinar en la oscuridad
***
Rodrigo Perea (Ciudad de México, 1997)
Fotografía de Nicolás López-Pérez
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